Nuevas mexicanidades rurales: Dos estaciones (2022) y la reconfiguración del tequila

Piñas de agave en la destilería de tequila de José Cuervo. Gzzz. 22 October 2018. Foto de Wikimedia Commons (https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Hearts_of_agave_plants_Tequila_Mexico.jpg)


Jalisco es México: así saluda la página oficial de turismo de este estado mexicano al potencial turista, sus letras vestidas de arcoiris, como si procurara convencerlo de que sí, Jalisco es lo más netamente mexicano que jamás existió. Hasta cierto punto tiene razón puesto que el estado presume de ser el origen de tantos productos culturales asociados a la mexicanidad, como el charro y el mariachi, firmemente arraigados en el imaginario colectivo como los máximos representantes de la autenticidad nacional. Estos productos han figurado con bastante frecuencia en las representaciones cinematográficas clásicas del campo, tales como las que se encuentran en ¡Ay, Jalisco, no te rajes! (1941) y Allá en el rancho grande (1936), con tal de exaltar el espacio rural como mexicano por excelencia, libre de impurezas extranjeras y territorio de la tradición y la costumbre. ¿Es Jalisco México? A través de la resignificación de uno de estos productos culturales, el tequila, el largometraje Dos estaciones (2022, dirigido por Juan Pablo González) problematiza dicha noción: gracias a la bebida, se traslada la frontera entre México y Estados Unidos a Jalisco, cuna de la tradición en el imaginario popular. Centrada en la historia de María García, dueña de una de las últimas fábricas de tequila locales de la zona, asediada por deudas sin saldar y rodeada por terrenos ahora en manos estadounidenses como consecuencia indirecta de la implementación del TLCAN, la película resalta la naturaleza fronteriza y el dinamismo del campo mexicano, rehusándose así a interpretar el espacio como guardián de la memoria del México de antaño, siempre periférico y suspendido en el tiempo. Asimismo, peligra la noción de autenticidad nacional en este espacio en constante reconfiguración debido a la presión extranjera en la industria tequilera. El tequila, según la propuesta de Dos estaciones, ya no es puramente mexicano; es un bien fronterizo.

Desde los primeros momentos de la película, el tequila se establece como sitio discursivo para la meditación acerca de la mexicanidad gracias al estilo documental y la representación de la elaboración del tequila. Este proceso y su lentitud cautivan. Son mexicanas las manos que manejan la producción; es mexicano el paisaje que brinda sus frutos, frutos que estas manos convertirán luego en néctar mexicano. Ahora bien, una toma especialmente llamativa afirma la mexicanidad de la elaboración. Varios trabajadores rodean una mesa donde embotellan el producto. Detrás de ellos, una luz filtra por unos vitrales tricolores, evocando lo sagrado de la iglesia así como la bandera mexicana. Al inspeccionar los vitrales con más precisión, se vislumbran otras figuras dentro de cada franja: el verde, las hojas del agave; el rojo, el atardecer jalisciense; el blanco, desde luego, el tequila. Estos vitrales reafirman visualmente que el tequila es mexicano por más que intervengan los demás, un producto divino concebido en la fábrica-iglesia. Sacralizado ya, la autenticidad del tequila no se discute, como sugiere la posición de esta escena al comienzo de la película; no obstante, a lo largo de la trama ese cuestionamiento considerado impensable se llevará a cabo debido a la naturaleza cambiante de la industria.

Cargada de imágenes que vinculan el producto al imaginario nacional, la labor parsimoniosa que implica la producción de tequila abre el espacio idóneo para reflexionar en torno a las cualidades nacionales de la bebida. En su teorización del género procesual (process genre), Aguilera Skvirsky sostiene que la intriga que provoca la representación fílmica del proceso radica en el uso de una estructura narrativa; es decir, los cineastas que retratan el proceso se valen de técnicas de exposición narrativa tradicionales para cautivar al espectador. El arquetipo, por supuesto, es una de estas técnicas empleadas ya que mediante lo particular se hace legible lo genérico. Gracias a la representación del proceso de elaboración, se cuenta la historia no de un objeto particular sino la clase completa (Aguilera Skvirsky 82). Un objeto, en este caso un frasco de tequila, llega a representar la clase conformada por todo el tequila.

¿Será que el proceso retratado representa mucho más que la elaboración del tequila? Se entiende por el nombre de la protagonista –María García, de los más comunes en México– que su personaje es una instancia particular que sirve para entender al mexicano como clase. Tal y como el tequila es mexicano por excelencia, María llega a representar al mexicano, aunque específicamente de la clase terrateniente, en su lucha contra la globalización sin caer en esencialismos en torno a la mexicanidad. El proceso en cuestión, entonces, no se trata solo de la producción del tequila sino también de una reconciliación de lo auténtico mexicano en el ámbito rural a través de lo genérico.

Si bien el tequila se posiciona como manifestación de la mexicanidad, esta posición es tenue, aspecto que se va revelando a lo largo de la trama. Mientras María se esfuerza por preservar su fábrica, cada vez más empresarios estadounidenses compran los terrenos aledaños para incursionar también en este mercado. Esta tendencia no es ficticia dada la relación entrañable entre la industria y Estados Unidos, principal consumidor extranjero del producto. García Canclini explica cómo esta relación se favorece por el sistema capitalista ya que la incorporación de productos de origen popular supone una novedad y renueva la demanda del consumidor en busca de algo que entiende como exótico, primitivo y anacrónico (95). El tequila es el candidato perfecto para ser incorporado al mercado globalizado del siglo XXI justo porque recuerda otro momento histórico en el que reinaba la tradición. Vista la dependencia del mercado estadounidense, no es de extrañar que las empresas estadounidenses ahora favorecidas por el TLCAN busquen involucrarse en una industria cada vez más rentable, promoviendo su producto como auténtico mientras tanto.

La incursión física en tierras mexicanas es también exigencia de las reglas del juego. En aras de favorecer la industria dentro de México, el producto está protegido bajo denominación de origen y solo se puede fabricar en un territorio específico, el cual comprende el estado entero de Jalisco y porciones de otros estados aledaños (Granados). Sin embargo, su popularidad ha abierto las puertas de la región tequilera a varios interesados extranjeros. De las diez casas tequileras más prevalentes, todas de origen mexicano, tan solo la mitad permanece en manos mexicanas; de las cinco que cambiaron a manos extranjeras, tres de ellas ahora son propiedades estadounidenses (Cruz 35). Este cambio en la industria se escenifica a la perfección en otra toma de Dos estaciones: el majestuoso paisaje jalisciense, repleto de plantas de agave, compone una vista verdaderamente bucólica, pero esta serenidad se ve quebrada por tres figuras diminutas, presumiblemente los representantes que han comprado el terreno visto en la toma, que dialogan en inglés. De repente, se rompe cualquier pretensión de mexicanidad ilusoria sugerida por la imagen del campo tanto en el plano visual, invadido por tres estadounidenses, como en el auditivo, dominado por el idioma inglés. Esta tensión entre mexicanidad e influencia extranjera es un factor constante de la trama mientras María intenta salvar su negocio y por ende la comunidad local sustentada por la presencia de la fábrica.

Volvamos a la pregunta: ¿Es Jalisco México? Es más, ¿es el tequila mexicano? Dos estaciones responde: Sí, pero la mexicanidad se encuentra en constante revisión; Jalisco no es México en el sentido unidimensional por ser la tierra de mariachis, charros y tequila, sino por su papel en la reconfiguración de una conciencia nacional y la relación constante con Estados Unidos. El tequila se presta a este proceso, tomando el papel protagónico. Como producto nacional, permite plantear la duda en torno a su autenticidad a la luz de los cambios constantes en la composición de la industria tequilera, la cual se globaliza (o más bien se americaniza) cada vez más. Al fin y al cabo, el tequila ya no puede ser un producto netamente mexicano porque el espacio en el que se elabora tampoco lo es ni puede serlo debido a las realidades de la globalización y una visión más dinámica del campo. Mejor dicho, el tequila se convierte poco a poco en producto fronterizo, abriendo paso a nuevas interpretaciones de la realidad campesina.

Biografía

Jack Brown (él, he/they) es investigador y estudiante de doctorado en el Departamento de Estudios Románicos de la Universidad de Cornell. Es licenciado en Estudios Latinoamericanos y Español por la Universidad de Boston. Actualmente trabaja con las intersecciones de género, sexualidad y horror en la producción literaria y cinematográfica de América Latina.

Bibliografía

Aguilera Skvirsky, Salomé. The Process Genre: Cinema and the Aesthetic of Labor. Duke University Press, 2020.

Cruz, Floriberto Miguel. “La globalización y su relación con la competitividad de la industria del Tequila”. Propiedad industrial como herramienta competitiva frente a la globalización:

El caso del tequila y el Consejo Regulador del Tequila en México, editado por  Claudia Verónica Gómez Gómez, Universidad de Guadalajara Centro Universitario de la Ciénega, 2010.

García Canclini, Néstor. Las culturas populares en el capitalismo. Editorial Nueva Imagen, 1982.

González, Juan Pablo. Dos estaciones. Sin Sitio Cine, 2022.

Granados, Óscar. “Trago largo para el tequila mexicano”. El País, 27 de agosto de 2021, https://elpais.com/economia/2021-08-28/trago-largo-para-el-tequila-mexicano.html.

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