El borde tecnológico: información y sustentabilidad en América Latina
Los bordes nunca son obvios, mucho menos en la complejidad de nuestro mundo tecnologizado, así que a veces preguntarse sobre ellos ya es una conquista.
Durante la revolución industrial el credo capitalista combinó sus narrativas con el humanismo moderno. En su seno desarrolló la tecnología computacional, como un borde meta-modernista global que se erigió como la solución definitiva a nuestros problemas (Mattelart, 2002), dando vida al internet-centrismo y la ciber-utopía (Morozov, 2012). En 1945, sin saberlo, Vanevar Bush proponía hacer de los EUA la primera ciber potencia, aplicando la computación desarrollada en la guerra a usos civiles (Bush, 1945), y así se creaba el borde que delimitaría el club de países dominantes del siglo XXI. Ese borde se afianzó en 1996 en Knoxville, Tenessee, cuando Bill Clinton y Al Gore articularon la narrativa las supe autopistas de información con el progreso humano. “Ángeles inversionistas” liderarían a la sociedad hacia el bien-estar, así que la inclusión digital era la ventana al futuro que conduciría a los niños a ser ciudadanos de provecho (Berrío-Zapata et al., 2015; Clinton & Gore, 1996). De esa forma, se actualizaron las formas neocoloniales tradicionales ampliando la industria cultural (Mattelart, 1979; Said, 2011) y extendiéndolas con el poder suave (Nye, 2004), el colonialismo electrónico (McPhail, 1981) y el colonialismo de datos (Couldry & Mejías, 2019).
En el borde digital, lo humano y lo sintético se confundieron profundamente (Serres, 2003) entre capas de hardware y software, que disciplinan nuestra representación del mundo, nuestra comunicación y acción. La simbiosis con las máquinas simbólicas computacionales absorbió el discurso del mercado: eficiencia multitask, conectividad permanente, consumo fácil e ilimitado, y la visibilidad en red como sinónimo de importancia y felicidad. Somos simbiontes del dispositivo global de plataformas digitales corporativas en la máquina universo llamada internet (Lévy, 1998).
Antes de la revolución industrial y durante su desarrollo, la división del trabajo y del conocimiento creó una máquina social compatible con la máquina industrial (Mumford, 1987). Así fue posible que Europa asimilara y se integrara con los medios de información y comunicación que la ciencia y la tecnología desarrollaron para el uso colectivo (McLuhan, 1977). Tales sociedades fueron consecutivamente imprenta, teléfono, computador, y ahora son ser digital (Briggs & Burke, 2002; McLuhan, 1962; Negroponte, 1995). El control social pasó de lo mecánico a lo electrónico redefiniendo la semiosis colectiva, creando una cultura cibernética o cibercultura, y ajustando las rutinas de vida a la visión productiva subyacente estas tecnologías (Ellul, 1978; Feenberg, 2005; MacKenzie & Wajcman, 1985), y con la plasticidad del algoritmo, consiguió capacidades de monitoreo y condicionamiento inéditas.
Así llegamos al ecosistema global de plataformas digitales del siglo XXI (Berrío-Zapata et al., 2019) asociado al capitalismo distribuido de monitoreo (Zuboff, 2010; Zuboff et al., 2019). Lo digital recoge dentro de sus bordes lo urbano, lo sintético, dependiente de cadenas de aprovisionamiento organizadas en múltiples capas que representan lo “natural” y lo social en innumerables pantallas de Tv, celular, computador, wearables, etc. En cuanto la arquitectura física disciplina los cuerpos (Foucault, 2000) la arquitectura informacional “facebookiza” las emociones y cogniciones del colectivo (Gurstein, 2007), manteniéndolas adecuadamente alineadas y convenientemente informada en nichos digitales complacientes (Berrío-Zapata et al., 2021).
El borde digital define hoy el desafío de la sostenibilidad humana; un problema adaptativo que no depende de la conducción (o falta de ella) de políticos y elites. Depende del capital intelectual social y su capacidad para articular a los ciudadanos en acciones coordinadas sustentadas, discutidas, entendidas y validadas, que consigan resolver problemas complejos: nuestra inteligencia colectiva (Lévy, 1994; Malone & Bernstein, 2015). El borde de la tecnología digital al moldear nuestra cognición y comunicación como seres biológicos, define la vida, pues ella es un acto informacional en su reproducción y desarrollo. Representar confiablemente lo que nos rodea para resolver colectivamente sus complejidades, es un elemento básico de adaptación y selección natural, pues define nuestra capacidad de especie para encontrar soluciones a tales desafíos (Hartnett & Adami, 2015; Rohr, 2014). El nivel de desinformación visto a finales de la década de 2010 y aumentado por la infodemia causada por el COVID-19 (Cooke, 2017; The Lancet, 2020) está testando los límites de la sustentabilidad humana frente a retos como el calentamiento global, nuevas pandemias, la superpoblación, el control de armas de destrucción global, y miles de otras amenazas capaces de llevar a la extinción masiva.
Un cartel de orientación en el recinto del Museo de las Ciencias de Valencia, España. Un lugar súper moderno y tecnológico con tantas posibilidades para perderse. Cristian Berrío Zapata, Valencia, España. 2023. Imagen de Cristian Berrío Zapata. Copyright Cristian Berrío Zapata, 2023.
América Latina no consiguió incluirse dentro del borde digital como un actor central. Debido a las agendas de las economías dominantes y a sus propias limitaciones, el discurso internet-céntrico de corte neocapitalista y colonial renovó su papel de territorio “periférico” dentro de la sociedad global de la información (Di Filippo, 1998; Prebisch, 1986; Shils, 1996). Frente al ecosistema de plataformas digitales y desinformación, América Latina reúne características que no auguran un buen futuro:
1. Recursos insuficientes: Los ciudadanos latinoamericanos tienen ingresos comparativamente bajos a nivel mundial, expresados en monedas desvalorizadas. Aun así, siguiendo la ley del libre mercado, pagan costos de tecnología a precio global dolarizado. Más caros y escasos debido a protecciones arancelarias, y en muchos casos, de menor calidad, pues las normas técnicas no existen o son inocuas. Eso agranda las brechas digitales endémicas en la región en lo referente a ancho de banda, almacenamiento remoto, cobertura geográfica, competitividad costo-beneficio, velocidad de procesamiento y comunicación, dependencia externa, ciberseguridad, productividad y e-gobierno (Berrío-Zapata, 2020; CEPAL, 2010, 2016; Existent Ltd & Cable.co.uk, sem data, sem data; Jordán et al., 2013). El borde digital ha sido especialmente cruel con la población rural, reforzando el racismo ambiental que afecta comunidades campesinas, quilombolas e indígenas (Berrío Zapata et al., 2022). Tal fragilidad se ve estimulada por prácticas depredatórias de los operadores de telefonía celular como el Zero-Rating, que promueve las eco cámaras informacionales, el consumismo y la superficialidad (Deen & Lorenzon, 2021).
2. Educación y capital humano deficitarios: Formar científicos que penetren el borde digital para guiar al colectivo en la solución de problemas complejos, es caro y demorado. Sumado a sistemas educativos excluyentes, falta de oportunidades, y reducción en la inversión educativa, resulta en la extinción de las comunidades de conocimiento locales y su incompetencia para construir y movilizar la inteligencia colectiva ciudadana, con el agravante de que la educación del ciudadano también está desatendida.
A manera de ejemplo, véase el caso de Brasil y México, que son líderes en educación en América Latina, pero globalmente comparten las últimas posiciones en número relativo de PhDs en la OECD (WEF, 2019). Simultáneamente, hay una diáspora de capital intelectual regional hacia las grandes ciudades y los países desarrollados (UNESCO, 2015). Sin capital intelectual suficiente, el uso de lo digital se resume a un ejercicio imitativo espurio, que no mejora el nivel de vida o la competitividad de estas sociedades, ni las protege frente al poder tecnológico de las metrópolis globales.
La competencia digital ciudadana de América Latina está abajo de la media mundial (OECD, 2019; Wiley, 2021), pero lidera la utilización de redes sociales en el mundo (Kepios, 2023; Statista, 2023a, 2023b). El uso imitativo de tecnología (Prebisch, 2008), en este caso de la tecnología digital, sigue la moda de las metrópolis desarrolladas pero se vuelve inocua o negativa en la promoción de la eficiencia productiva, al tiempo que extrae la plusvalía de su aplicación y la transfiere a sus corporaciones internacionales de origen, en forma de royalties, costos de operación/adquisición y otros rubros.
3. Geografía y políticas erráticas de inclusión digital
En regiones rurales, la baja concentración de población y escaso poder de compra inviabilizan el acceso a infraestructura informática, y el estado no compensa esa situación (ECLAC & UN, 2023). Estos son mercados sin atractivo para las corporaciones del sector, por lo cual quedan excluidos a perpetuidad bajo la lógica del libre mercado.
Las políticas nacionales y locales de actualización digital e inclusión son escasas, insatisfactorias, o no consiguen actualizarse al ritmo en que cambia la tecnología. Es el caso de la transformación digital de los gobiernos estaduales y municipales de Brasil, y su evolución en servicios de e-gobierno para los ciudadanos (Lafuente et al., 2020, 2021). En casos de reconversión digital exitosa como es la del e-gobierno en Colombia, la historia vigente de violencia de estado, de grupos criminales y guerrilleros, ha generado tal desconfianza que los ciudadanos, que muchos se resisten a aprovechar tales sistemas (Berrío Zapata & Berrío Gil, 2017a, 2017b).
En el escenario post-pandémico de la inteligencia artificial y del ecosistema de plataformas digitales corporativas, la subsistencia humana puede ser resuelta por la tecnología informática, como mediadora facilitadora de nuestra inteligencia colectiva. En ese contexto, el borde digital dejó a América Latina como un espectador, cautivada por el glamour digital, pero incapaz de articularse eficientemente con ese paradigma. Como Jano, la tecnología digital tiene diferentes caras que son bordes que separan el bienestar o la ruina, la dependencia o la autonomía, y frente a amenazas catastróficas, la supervivencia o la extinción.
Lo digital puede ser motor del desarrollo, pero también de exclusión y empobrecimiento de la calidad laboral. Así ha sucedido con precarización laboral en las plataformas digitales de servicios en los países andinos (Hidalgo Cordero & Salazar Daza, 2020).
Lo digital puede traer inclusión democrática y transparencia, o reforzar el autoritarismo la antidemocracia algorítmica, ha sucedido en Brasil, con las infraestructuras dedicadas a la desinformación, las milicias digitales y los llamados “gabinetes del odio” (Lago, 2022; Lobo et al., 2020).
Lo digital puede ser espacio de cooperación entre naciones, o herramienta de espionaje masivo a nivel global para depredar países no resguardados en ciber espionaje, como fue denunciado en el caso de Pre-sal en Brasil y la interceptación de comunicaciones de la presidente Dilma Rousseff (Bessa, 2014; O Globo, 2013; Snowden, 2019). Se puede conectar digitalmente infraestructuras nacionales críticas aumentando su interoperabilidad, o dejar a un país y a su soberanía a merced de potencias militares especializadas en ciberguerra (Wegener, 2001, 2013).
La digitalidad puede ser un recursos para mantener la paz y seguridad local, o convertirse en plataforma del cibercrimen como ha pasado en México y Brasil (Muggah & Thompson, 2017; Parraguez Kobek, 2017). Puede colaborar en la libre expresión y el debate público abierto, o convertirse en un atizador de odios para manipular votaciones historias, como ya pasó en Colombia con el plebiscito por la paz con las FARC (La República, 2016).
El borde digital nos cuestiona, y hoy nos exige entender aquello que diferencia su aplicación para impulsar nuestra aptitud o ineptitud para enfrentar los problemas que comprometen la subsistencia humana en la Tierra, con el desarrollo de inteligencia colectiva ciudadana. Si nuevas catástrofes globales presionan la usurpación de territorios y recursos; si la próxima pandemia es más letal, ¿de qué lado del borde digital estará América Latina?
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